Son matrimonios muy sólidos, basados en su amor por el otro y en la convicción de que toda empresa que se quiere sacar adelante implica esfuerzo, y no hay empresa más grande ni más difícil que un buen matrimonio. Uno podría pensar que si esas personas vieran a algunas de las parejas que se casan ahora, con la casa puesta, el carro en la puerta, el negocio instalado y toda su vida resuelta, dirían que les tocó la mejor época. Pero nada más lejos de esto.
Los que pasaron por épocas difíciles y salieron
adelante, no quieren olvidar su pasado, sino por
el contrario, sienten que fue la base que
cimentó lo que han logrado, tanto en lo material
como en lo espiritual. No le quiero decir con
esto que fue su mejor etapa, pero sí necesaria.
Empezaron solos, con lo que podían en ese
momento, sin espejismos, ni subsidios y, aunque
esto les causó incomodidades y privaciones, no
tomaron una actitud negativa porque sabían que
se tenían el uno al otro. Además, le encontraron
un sentido a su sufrimiento, palabra inadmisible
en nuestros tiempos.
Y gran parte de la culpa es de los papás.
Como siempre -me incluyo-, no queremos que
nuestros hijos pasen incomodidades. Desde niños
los dejamos a la puerta de la escuela para que
no caminen, les simplificamos todo para que no
batallen y les dejamos muy claro el mensaje:
sufrir y batallar no tiene sentido. Después,
cuando estos niños se casan, los papás les
quieren resolver hasta el último detalle. Si
sólo podían ir de luna de miel a un a playa
mexicana, no importa, sus papás les pagan el
viaje al extranjero.
Si no podían vivir más que en un departamentito,
no importa, sus papás les pueden regalar una
casa o un departamento más grande. Si sólo
podían tener un carro para los dos, aprendiendo
a compartir y a ceder, no hay problema, sus
papás les regalan otro para que no se agobien.
Por querer hacerles el camino fácil, se lo hacen
cada vez más difícil, por que llegará un momento
en que papá y mamá ya no estarán allí, o si
están, no podrán resolver otros problemas más
serios.
Son estos niños jugando a casarse quienes, a la primera dificultad en su matrimonio deciden mandarlo todo a volar, porque luchar por sacarlo adelante cuesta mucho trabajo y ellos no están acostumbrados a luchar. ¿Para qué?, si todo se les da siempre sin hacer esfuerzo.
En el libro The Road Less Traveled (El Camino
Menos Viajado) M. Scott Peck comenta que la vida
es difícil, y una vez que lo sabemos, entonces
deja de serlo. La vida es una serie de
problemas. Aceptándolos y resolviéndolos es como
el individuo crece. He ahí la importancia de que
nuestros hijos aprendan a resolver sus propios
problemas.
Tal vez esté pensando que eso de resolver los
problemas de los hijos sólo pasa en las familias
acomodadas, que son las únicas que se pueden dar
el lujo de mantener otra familia además de la
suya. Pero, excluyendo a los que se encuentran
en extrema pobreza, se asustaría si supiera cómo
ayudan los papás de todo tipo de estratos
sociales a sus hijos a no sufrir.
Un chofer que conozco desde niño, trabajó
durante toda su vida de sol a sol sin faltar un
solo día. Logró acumular un capital estable y
comprar su casa y los terrenos de al lado.
Ahora que sus hijos se casaron, él les dio un
terreno a cada uno y les ayudó a hacer su casa y
les da dinero cada vez que puede. Él sigue
trabajando igual, con la misma filosofía de
esfuerzo continuo co n la que empezó hace casi
cuarenta años. Tiene una familia muy bonita, que
les costó mucho trabajo a él y a su esposa sacar
adelante, y el orgullo se le nota. Sus hijos son
trabajadores, pero ni remotamente como él. Lo
peor de todo esto, es que no lo hace con mala
intención.
Si estuviéramos conscientes del daño que hacemos a nuestros hijos al leerles el pensamiento y cumplirles todos sus caprichos, estoy seguro de que no lo haríamos. Pero a veces sentimos que es nuestro deber y otras veces queremos que tengan todo lo que nosotros no tuvimos. Un amigo me comentaba que fue a una cena y un sacerdote les dijo a los ahí presentes, en su mayoría jóvenes matrimonios de muchachos emprendedores, que les estaban dando a sus hijos demasiadas cosas.
Uno de ellos le
contestó que ellos simplemente querían que sus
hijos tuvieran todo lo que ellos nunca pudieron
tener. El sacerdote le dijo:
Ustedes tienen lo que tienen, precisamente por
lo que no tuvieron.
Vuelvo a lo mismo, estos niños mal acostumbrados
son pésimos a la hora de sacrificarse. Y no me
refiero a un gran sacrificio, sino a algo tan
simple como ceder en la convivencia diaria.
En un matrimonio siempre hay prioridades a la hora de comprar algo. ¿De quién serán las prioridades?, ¿de él?, ¿de ella? Si ninguno acostumbra prescindir de lo que le gusta, ¿cómo le harán? En el mejor de los casos, aprenderán a estirar, aflojar y batallar antes de llegar a un acuerdo. Pero, si el egoísmo está tan arraigado que no hay manera, ¿entonces qué?: llega el divorcio, claro, por incompatibilidad de caracteres, y se acabó. Asunto arreglado.
Desgraciadamente, la incompatibilidad de
caracteres es nada menos que la imposibilidad de
convivir con los demás, sólo que con el cónyuge
se nota mucho más, por que allí sí viven juntos.
Eso sólo viene del egoísmo, y éste viene de
estar acostumbrado a ser el centro de atención,
a que la vida gire a su alrededor, y eso
desgraciadamente, se enseña en la casa, en donde
se prepara a los matrimonios del futuro. Así
que, la próxima vez que su hijo tenga algún
problema, ayúdele si quiere, pero no se lo
solucione. No lo subestime, le aseguro que
saldrá adelante.